Arlie Hochschild compendia el más fundamental "daño colateral" perpetrado en el curso de la invasión consumista en una expresión tan sucinta como conmovedora: "
materializar el amor".
Según él mismo escribe, "el consumismo actúa manteniendo una inversión emocional entre el trabajo y la familia. Expuestos a un bombardeo continuo de anuncios, durante una media de tres horas diarias de TV (la mitad de su tiempo de ocio) los trabajadores son persuadidos de necesitar más cosas. Para comprar lo que ahora necesitan precisan de dinero, Para ganar dinero trabajan más horas. Al estar fuera de casa durante tanto tiempo compensan su ausencia del hogar con regalos que cuestan dinero. Materializan el amor. Y de ese modo, el ciclo continua".
Podríamos añadir que su nuevo distanciamiento espiritual y su ausencia física del escenario del hogar vuelven a los trabajadores y a las trabajadoras por igual, más impacientes con los conflictos (grandes, pequeños o, simplemente, diminutos y triviales) que se desprenden inevitablemente del hecho de tratarse a diario bajo un mismo techo.
Al tiempo que disminuyen las habilidades requeridas para conversar y buscar una comprensión mutua, lo que antes era un reto que había que afrontar directamente y negociar pacientemente pasa a ser cada vez más un pretexto para que los individuos interrumpan la comunicación, escapen y quemen los puentes que les unían con el pasado. Ocupados en ganar más para comprar cosas que tienen la sensación de necesitar para ser felices, los hombres y las mujeres tienen menos tiempo para la empatía y para las intensas (en ocasiones tortuosas y dolorosas, pero siempre prolongadas y agotadoras) negociaciones - y no digamos las resoluciones - de sus malentendidos y desacuerdos mutuos. Esto pone en marcha un nuevo círculo vicioso: cuanto más consiguen "materializar" su relación amorosa (tal como el flujo continuo de publicidad les insta a hacer), menos oportunidades les quedan para alcanzar el entendimiento mutuamente favorable que la notoria ambigüedad poder/afecto del amor exige.
Los familiares se sienten tentados a evitar la confrontación y buscar una tregua o, mejor aún, un refugio permanente frente a tanta lucha intestina doméstica. De ahí que el ansia de "materializar" el amor y el afecto amoroso adquiera un ímpetu renovado, pues las negociaciones dentro de la relación, que consumen tiempo y energías se han vuelto aún menos viables, justamente cuando esa labor es cada vez más necesaria por culpa del aumento constante de rencillas que superar y de desacuerdos que piden a gritos una resolución.
Extraído del libro “Mundo Consumo” de Zygmunt Bauman.